Llegó a esa ciudad nueva y desconocida para ella. Fueron ilusiones y miedos. Ganas de descubrir y explorar algo totalmente resplandeciente que hasta ahora no conocía. Hacerse con la ciudad y su rutina, sus horarios tan distintos y sobre todo su gente tan diferente a la que ella estaba acostumbrada. Pero el paso más importante que tenía que dar era el de olvidar, olvidar algo que llevaba persiguiéndola mucho tiempo.
Lo estaba consiguiendo, estaba olvidando y dejando atrás muchos recuerdos que no querían abandonarla nunca. Se concentraba en su nueva vida y en sus nuevas oportunidades. Conocía a gente cada día, unos merecían la pena y otros no tanto, pero en esa etapa de cambios podía decirse que estaba llegando a ser muy feliz.
Hasta el día, ese en el que llovía tanto que se vio obligada a correr para llegar un poco seca a casa. Ese día no encontraba sus llaves. Después de 5 minutos de inútil búsqueda decidió vaciar el contenido de su bolso favorito para ver si las ansiadas llaves aparecían. Entonces mágicamente un billete sencillo del metro de Madrid salió volando y aterrizó al lado de sus pies. Se agachó para levantarlo y pudo leer claramente la fecha en la que se había utilizado el billete. Inmediatamente mil imágenes chocaron en su cabeza. Sí, había sido ese día, esa día en el que no se separaron ni un minuto, ese día de verano, ese que para ella había sido hasta ahora el día más importante de su vida. Recordó el momento exacto en el que nerviosa compró el billete, lo introdujo en la maquina y corrió, corrió mucho, sabiendo que el tren que la esperaba estaba apunto de llevarla a la felicidad. Sí, recordó que llevaba su vestido favorito, su vestido de flores. Recordó que hacía mucho calor, y cómo el metro estaba lleno de turistas. Cómo llego a la parada en la que debía bajarse y cómo bajo casi flotando, casi en un sueño. Cómo salió, vio que él la esperaba y se lanzó a sus brazos sin dudarlo ni un solo instante.
Volvió a la realidad. Se encontraba sentada en el escalón de su portal, empapada, de su chaqueta caían gotas de agua, vio las llaves en su mano, pero de repente las prisas por entrar se esfumaron tan rápido como el billete del metro había caído al suelo. Fue a la parada del tranvía, compró un nuevo billete, se subió y lo llamó por teléfono, saltó el contestador y dejó un mensaje: " Creo que te quiero, creo que me cuesta olvidarme de ti, creo que no podré olvidar el metro de Madrid".
Guardó el móvil, se bajó del tranvía y anduvo bajo la lluvia hasta que sus pies no dieron para más. Lloró y rió, y se convenció de que olvidar, a veces, era imposible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario