Recuerdos de algo que ahora resulta tan lejano. El principo del verano, el principio de algo.
Manos entrelazadas y vinilos girando. Alta Fidelidad.
Palabras que de no haber sido escritas ya habrían sido olvidadas. Horas pensando en que aquello era infiníto, que jamás se apagaría esa llama de pasión adolescente encendida por palabras justas en el momento oportuno, esas que suelta alguien que ha sabido de sobra lo que es ser adolescente y que sabe que para otra persona significarían nada, pero que para esa adolescente con ganas de amar significan todo.
Un juego aventajado para alguien que ha vivido eso muchas otras veces.
Luego inevitablemente vienen las lágrimas por seguir queriendo creer que la inocencia no forma parte de uno mismo.
Meses de incertidumbre con nada más que besos efímeros a los que aferrarse para mantenerse a flote. Deseando sólo unos labios que no son los besados.
Pensamientos de que ya toca que salga algo bien, que el destino tiene que ponerse por una vez del lado que lo merece.
El amor, ese gran desconocido que va por delante de cualquier percepción humana, que sabe más de la vida de lo que jamás podría ser imaginado.
Altibajos emocionales que derivan en distracciones y por ende pérdida de conocimiento absoluto en campos esenciales para el desarrollo de todas las capacidades.
Hacer de la vida una película, sólo que con un final abierto a los caprichos del destino y completamente dependiente de las cartas jugadas por sus protagonistas.
Y derepente, Jaque mate, un golpe maestro que hace que la estructura construída se desmorone en mil pedazos para dejarlo en nada más que recuerdos.
Se necesitan más revolucionarios, se necesita cambiar la rutina, se necesita una historia nunca vista
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