Se acabó.
Intentos en vano de vaciar la mente. No hago más que pensar en todos los fracasos conseguidos, en todos aquellos que se encuentran archivados en algún rincón polvoriento de mi absurda cabeza.
Vienen y se van como un barco a la deriva que ha perdido cualquier rumbo y se encuentra sin control alguno. Se mecen por las olas que determinan las situaciones cotidianas, esos simples hechos que traen los recuerdos de una derrota a un plano presente.
Se pronosticaban guerras con victorias aseguradas, victorias creadas por la ilusión del momento previo al fracaso, como uno de esos gráficos que crecen y crecen, para luego caer a la misma velocidad a la que crecieron.
Y me posee esa urgencia de abrir la ventana para dejarse caer a lo que se pinta como un mundo mejor, simplemente volar, sin pensar, sin sentir nada más que el viento frío pronosticando las promesas que nos hacemos para el comienzo de un nuevo año como si realmente se tratara de un nuevo comienzo y no de un día más en el que recorremos el camino inscrito para nosotros.
Sólo deseo abandonarme a la aventura, sin tener que pensar, sin tener que elegir, simplemente esbozar una sonrisa, una sonrisa que signifique todo a la vez que nada.
Pero que seria una recompensa si detrás de ella no se haya ni la más mínima gota de sufrimiento y esfuerzo. Aprender a vivir saboreando realmente los logros, es lo que nos lleva a vivir los momentos con intensidad y acaba resultando que el sufrimiento no es algo tan malo si después va recompensado de un hecho insólito, aunque haya que esperar años a que éste llegue.
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