Leo palabras que hacen que mi cuerpo se estremezca. Los escalofríos recorren mi columna vertebral entera como vientos huracanados en una playa del Caribe.
Palabras que salen de tus dedos, tus finos y elegantes dedos. De tu mente inconformista, depresiva y oscura. De tu lado más dulce, más humano.
Mientras leo, deseo ser la musa que inspira esas historias de pasión desenfrenada, de erotísmo llevado a la enésima potencia, de follar sin parar en Malasaña.
Me adentro en las profundidades de tus relatos y empiezo a fundirme con las letras y con el recuerdo de tu voz sonando en mi cabeza, me siento parte de tu vida aunque no ocupe ni un centímetro cuadrado de ella.
Recuerdo mis saladas lágrimas a punto de romper ese momento tan extraño, tan bonito, tan raro, tan triste. Mi cabeza fantaseaba, tu lamías esas lágrimas de mi cara y nuestros cuerpos húmedos se transportaban a tu cama, a tus sábanas manchadas por polvos mágicos con brujas malas. Yo era pura magia, tu salvación, tu musa. Me idolatrabas y me deseabas más que a nada. Rogabas que me quedara. El sexo y el romanticismo se fundían, era realmente delicioso. Levantabas mi pelo, mordías mi cuello, te acercabas a mi oído y susurrabas: "Tú, tú eres mi cocaína".
Y después de aquello entrabas en mi cuerpo y difrutabamos, sudabamos y gemíamos.
Pasión e inocencia en un solo momento.
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