"Eres preciosa" dijo él aquella calurosa mañana. "La más preciosa que he visto nunca".
Ella no terminaba de confiar en sus palabras, pero deseaba profundamente que fueran ciertas.
Un adiós, ella se negaba a encajarlo así como así y pasó a transformarlo en un hasta luego.
Vivía cada día pensando que las palabras de principios de verano eran ciertas, que realmente era la más preciosa a la que había visto, se aferraba a esas palabras como si fueran su único salvavidas en un mar en el que no se divisaba ni un pequeño islote. No le importaba que los demás la vieran fea, o incluso que pensaran que era mona. Hasta sentía cierto asco cuando alguien la miraba y le decía que era preciosa. No, ella no era preciosa para ellos, ella sólo quería ser preciosa para él. No quería que sus palabras fueran pronunciadas por otro.
Ella pasó meses a la deriva, entre besos efímeros de algún desconocido y risas que pretendían ocultar la desgracia. Salía sin saber a dónde, bailaba sin saber por qué, comía pero no terminaba de estar satisfecha, charlaba con la gente con el único propósito de no estar completamente sola en este mundo.
Él pasó esos meses en una nube de amor, de amor enlatado, con fecha de caducidad. Deseaba cada mañana que el verano no acabara nunca y que pudiera pasar los últimos meses con la persona a la que amaba. La llegada del otoño marcaría el final de algo, aunque él deseara que aún en la distancia las cosas continuaran como siempre.
Estaba decidido a cambiar por su gran amor, a serle fiel aunque se fuera al fin del mundo. Hasta ahí todo bien. Pero la chica más preciosa que había visto aparecía cada vez más en sus pensamientos. Aparecía en momentos que formaban parte de la rutina. Cuando bajaba a comprar el pan, se imaginaba comprándolo con ella. Cuando fumaba un cigarro, veía sus labios rojos expulsando el humo del cigarro que compartían. Cuando colocaba un vinilo en el tocadiscos, escuchaba su voz contándole la historia del artista.
Se sentía bastante descolocado cuando le ocurría esto, quería llamarla y decirle que realmente era preciosa, que él jamás le había mentido, pero que amaba a otra persona y que eso era algo que no podía cambiar. No podía llamarla, sabía que con oír su voz estaría perdido en un laberinto de noches románticas, de cenas que acaban en desayunos, de conversaciones filosóficas, de literatura y fisica cuántica, de música, de los Beatles, de ciudades que para ellos no duermen.
Ella se alegró cuando el verano terminó. Sabía que con él, algo había llegado a su fin también. Sabía que él estaba solo, quería correr a su casa y decirle que lo esperaría el tiempo que hiciera falta, que sería su amiga cuando lo necesitara, pero lo que más quería que él supiera era que sería suya y de nadie más para siempre y que aunque él no fuera de nadie, ella sí. Ella llevaba su nombre escrito, nadie podía leerlo a simple vista pero tras unos minutos de charla con ella te dabas cuenta de que cada parte de su ser, cada milímetro de su cuerpo gritaba desesperadamente su nombre. Por supuesto no se lo dijo, aunque confiaba en que él lo supiera.
Siguieron pasando los meses y ella seguía sin tener nada más que palabras a lo que agarrarse. Se reflejaba menos tristeza en sus acciones pero seguía pensando en él cada día de su existecia.
Él pasó unos meses hundido en la miseria. No podía aceptar el amor tan lejos. Se estaba consumiendo a sí mismo. Pero también pensaba en ella, sabía que le encantaría estar con ella, saber que ella formaba parte de su vida. Pero no quería engañarse y mucho menos engañarla a ella. Se negaba a tener a alguien tan precioso, tan dulce y no poder centrarse sólo en ella. No podía atraerla a su mundo y no dedicarle cada uno de sus pensamientos.
Un día la vió por la calle, iba a saludarla pero en el último momento supo que no podía hacerlo, que si lo hacía se vendría abajo. Entonces él siguió andando. A los pocos metros se detuvo para observarla. Ella lo había visto y él estaba convencido de que al verlo sonrió, esperaba un rencuentro. Siguió mirándola y pudo ver como se secaba las lágrimas.
Se sentía gilipollas, la estaba haciendo llorar y no podía perdonarse eso. Deseó no haberla tocado nunca, sólo por no verla sufrir.
El día que se cruzó con él por la calle, representó una señal para ella. Tenían que volver a verse.
Pasaron otros cuantos meses hasta que ella tomo la iniciativa y contactó con él. Iban a verse pero el día nunca llegó. Hasta que una noche por casualidad se encontraron. Ella volvió a sentir. Su mundo volvía a girar, sólo con verlo se sentía capaz de todo.
Él no podía mirarla más de unos segundos, no podía hablar con ella, no podía volver a hacerle daño. Y si estaba cerca de ella se sentía muy tentado a tocarla.
Ella lo notaba extraño. Quería abrazarlo y decirle que no pasaba nada.
Él sabía que pasaban muchas cosas. Él sabía que estaba enamorado, pero no de ella. Sabía que la deseaba pero tenía que ser fiel a su amor.
Ella sólo deseaba que por unos minutos él pensara sólo en ella.
Ellos conversaron y se encontraron muchas otras noches. Ellos se miraban y se deseaban. Ellos se tocaban pero en la cabeza de cada uno. Ellos cada vez hablaban menos por miedo a desearse demasiado. Para ellos no era el momento.
Ella desea que pronto les llegue su momento.
Él va olvidando que "la chica más preciosa" lo desea.
Ella se encarga de que no se olvide.
Ellos no son capaces de controlar el destino.
Ellos no saben lo que pasará en un futuro.
Ellos no saben si podrán estar juntos algún día.
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